Las posibilidades de conseguir una cita de trabajo son escasas, y aún más con la crisis. Por eso, cuando se obtiene una, se debe aprovechar al máximo. En los detalles está el quid de la cuestión.
Si en tiempos corrientes los nervios pueden traicionarnos, hay que ser conscientes de que en épocas de convulsión económica las trampas se multiplican. Un tejido productivo en declive, despidos masivos en las empresas, austeridad en el sector público y, como reflejo, bajo consumo ciudadano, constituyen una espiral que incide negativamente en la autoestima y, al mismo tiempo, aumenta la presión sobre las personas que buscan una oportunidad. Recursos y tics nerviosos, descartados. No vale morderse las uñas, rascarse el pelo, sonreír a cualquier comentario, hacer del asiento una montaña rusa y usar el bolígrafo para aporrear la mesa del entrevistador. Ahora, ¿qué hacer para evitar este puñado de técnicas compulsivas? Primero, el autoconocimiento. Saber nuestros defectos y virtudes. Tenerlos bien presentes antes del encuentro. “La capacidad más importante para ser desarrollada es el autoconocimiento, conocerse a sí mismo requiere valentía y honestidad para abrirse y examinar las propias experiencias. Tenemos que estar dispuestos a recibir feedback, descubrir cuáles son los valores que nos forman como personas, las creencias o las convicciones”, deduce Natalia Gimena de Diego, especializada en Conducción de Recursos Humanos de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Conocer la empresa también es
sustancial. Demostrarle al entrevistador que estamos interesados en formar
parte de su compañía porque nos gusta o admiramos su trabajo, no
es lo mismo que hacer de paracaidistas desesperados por aterrizar en cualquier
espacio profesional. “Hay que conocer la compañía. Saber lo que hacen y lo que
buscan. Y comprenderlo, no aprendérselo de memoria, no ser un casete. Cuánto
más se sepa de la compañía, mejor, porque va a producir una relación
transparente y nítida entre ambas partes”, sintetiza Daniel Iriarte, director
asociado de Glue Consulting, una consultora boutique especializada en gerencia
y alta dirección.
Según el portal Universia, sólo uno de
cada cinco candidatos se preocupa de estudiar la firma a la
que aspira pertenecer. Es imperioso tener diferenciado el estilo de cada
empresa y el perfil que está buscando. “Un proceso de
selección es como un matrimonio en el que conviene que las dos partes estén
interesadas una en la otra, si no estará llamado a fracasar tarde o temprano.
Los candidatos de manera natural se informan de la empresa
recurriendo a la abundancia de datos que hay en internet, incluso contactando a
empleados a través de LinkedIn. Las acciones en este sentido denotan
proactividad e iniciativa”, afirma Jordi Assens, profesor de Política de
Recursos Humanos de Eada.
Los lenguajes (el corporal y
el oral) también deben tenerse muy en cuenta. Y en esto cabe distinguir que
ninguno es más trascendental. La comunicación será la vía por donde circulen
nuestras experiencias, conocimientos... Si esta no es fluida, en lo verbal, y,
al mismo tiempo, sencilla pero correcta, en lo físico, todas nuestras armas de
seducción quedarán anuladas o bloqueadas, haciendo imposible cualquier tipo de empatía con
el interlocutor. “Se suele considerar que es conveniente que exista cierta
coherencia entre la parte consciente y la inconsciente del entrevistado, y que
ello se manifieste en una consonancia entre el lenguaje verbal y el no verbal.
En la práctica, lo preferible suele ser comportarse de forma natural, sin
tratar de forzar en exceso la forma de ser, pues, de otro modo, es cuando suele
aparecer cierta disonancia y el entrevistador puede tener la impresión de que
el candidato no es sincero ni honesto”, sostiene Eduardo Gorostegui.
En el mundo de las palabras existe
un protocolo de base: no tutear hasta ser avisado. Evitar los “creo” o los “me
parece”, vocablos que inducen duda o falta de confianza. Sortear las respuestas
con monosílabos –no o sí–, las afirmaciones y negaciones absolutas –siempre o
nunca–, y, sobre todo, las palabras complejas o rebuscadas: no pequemos de
grandilocuentes. Manejar los silencios a discreción, esto significa un equilibrio entre
la verborrea y el mutismo. Y jamás interrumpir; esperar siempre
nuestro turno para hablar. Que la ansiedad no nos traicione.
Por el lado del físico, hay que ser
consciente de que los gestos, al igual que las palabras, poseen una
semántica: cruzar los brazos denota falta de interés o indiferencia; frotarse
las manos significa impaciencia y mantener las palmas de las mismas abiertas
transmite honestidad y franqueza. Morderse los labios simboliza indecisión;
parpadear en exceso remite vacilación, y mantener la boca cerrada transmite
seguridad y sosiego.
Continuando en la estela de lo
estético aparece la vestimenta. ¿Qué ponernos? ¿Se tiene en cuenta la
imagen? ¿Dice mucho de nosotros? Sí. La afirmación es contundente. Aunque suene
superficial o banal para algunos, es la información inicial que le brindamos al
entrevistador. “La primera impresión es un dato que se tiende a comprobar a lo
largo de la entrevista. Es muy recomendable presentarse con un estándar para el
contexto de selección en el ámbito laboral: traje de chaqueta, colores neutros, sin
notas, adornos o pinturas extravagantes o infrecuentes,” recomienda María
Oliva, profesora de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid. Y recordar
que, si no estamos acostumbrados a ponernos determinada ropa
–traje y corbata, por ejemplo–, lo mejor es realizar un “proceso de adaptación”
en los días previos. Esto nos va a permitir asimilar esas prendas inéditas. De
lo contrario, estaremos durante la entrevista acomodándonos permanentemente y
mostrando fastidio, una situación que desconcertará a la
persona que tengamos enfrente.
Los olores no son,
como muchos piensan, un detalle más. No es lo mismo acudir a una entrevista
transpirado, sin desodorante y habiendo fumado instantes antes, que ducharse,
tener un perfume sobrio y un aliento fresco. La selección se desarrollará,
claramente, en distintas
atmósferas. En el primer caso, además de poner incómodo al
interlocutor, denotaremos dejadez; mientras que en el segundo, no sólo le ofreceremos
una imagen de higiene y responsabilidad, sino que también contribuiremos a la
creación de un clima idóneo para exponer nuestro potencial. Con respecto a los
perfumes, los profesionales destacan que es tan importante oler bien como no
oler tan bien. No debemos distraer con nuestra fragancia. La mejor opción es
algo suave, floral o cítrico. Nada de mezclas intensas ni experimentos:
sencillo y disimulable.
Como epílogo y para anestesiar las
ansias, es recomendable un role playing: un simulacro de
la entrevista que nos evalúe. Es necesario para esto crear una situación
verosímil y rigurosa, que realmente ponga a prueba nuestros nervios y saque a
la luz tanto los fallos como los aciertos. El objetivo es detectar y pulir los
errores para la verdadera cita. Por eso se aconseja grabarlo con
una videocámara para después estudiarlo y analizarlo con un tercero con mirada
crítica, atento a las muletillas, posturas físicas forzadas, reiteración de
palabras...
¿Cómo estructurar esta presentación?
Fácil: “El currículum ordena el discurso. Cuando lo redactamos primero
ponemos los datos personales, luego los conocimientos y, finalmente, la
experiencia. El speech deberá
profundizar esa información. Entonces es conveniente escribir un discurso de
unos quince minutos en el cual relatamos el currículum. No puede haber
contradicciones entre lo escrito y lo que digamos”, sugiere Ruben Barasch,
director de la licenciatura en Recursos Humanos de la UADE. En el medio,
haciendo de entrevistador, lo ideal es un amigo que trabaje en la esfera de los
recursos humanos.
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