Párate a pensar un poco en la dinámica del aula. Vamos muy deprisa en el día a día. Va pasando el curso y, por falta de tiempo, comodidad o autosuficiencia, aplazamos cualquier análisis profundo de lo que pasa con nuestros alumnos. Mucho cambio legislativo u organizativo que posterga lo verdaderamente importante en las escuelas: los alumnos.
Siempre estamos a tiempo de rectificar o enfocar nuestra práctica educativa. Los contenidos de la materia seguirán ahí, pese a nosotros. La diferencia la marca la conexión con el alumno. Una conexión que puede ser difícil, pero que podemos trabajar cotidianamente.
Y, ¿por qué no reflexionar individualmente o con los compañeros sobre el curso? Os lanzo unas preguntas que pueden servir como punto de partida:
¿Te gustaría aprender tal y como tú enseñas?
¿Crees que se aburren los alumnos en tus clases, disfrutan de tu docencia?
¿Tu práctica educativa se basa en las unidades de un libro de texto, ejercicios en clase del cuaderno, deberes para casa sobre lo mismo y exámenes memorísticos?
¿Te has pre(ocupado) de cómo están trabajando otros docentes de tu claustro o de fuera de tu escuela?
¿Invitas a los alumnos a participar y proponer actividades de aprendizaje, o haces lo mismo día tras día?
¿Hablas con ellos, personalmente,de sus preocupaciones o intereses? ¿buscas espacios y tiempos de conversación?
¿Pones las normas, sin flexibilidad, por encima de la persona? ¿buscas un aula templo o un lugar de trabajo dinámico?
¿Pruebas con ellos nuevas herramientas TIC u otras dinámicas de aprendizaje? ¿pasas mucho tiempo con la pizarra o el PowerPoint?
¿Sueles hablar bien de ellos en público o con otros compañeros? ¿o cada año te parecen peores?
¿Adaptas tu programación al alumno o al grupo? ¿o eres rígido con tus planteamientos?
A ver si me aplico el cuento y me paro un poco a pensar en ello. Tengo mucho que pulir... Cuestionar nuestro trabajo debe ser algo más habitual.
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